··········Las películas de crecimiento, como las novelas bildungsroman, suelen tener como elemento principal el desarrollo de la afectividad o el de la sexualidad. En esta historia, pese a que por edad podría ser así, se inhibe la sexualidad, y la afectividad (tal y como lo veo y por lo que diré después) no es excesivamente importante. Y sin embargo, qué magnífica manera de contar una genuina pérdida de la inocencia.
··········Oskar, acosado por sus compañeros, y sin un medio de apoyo (hasta el padre, en una escena muy extraña, que no sé si comprendo bien, parece sometido a un vecino borrachín… o a una adicción que conseguía ocultar a su hijo), vive –es una de las dos opciones, la otra es la asunción de la sumisión como base de la personalidad- masticando la venganza, construyendo y reconstruyendo una y otra vez la escena de la venganza, incluso portando, más como un fetiche que como una herramienta, su puñal instrumento de venganza. Oskar musitando en la soledad de su habitación mientras empuña la daga, es un taxi driver.
··········Eli, la vampiro (porque no es precisamente una vampiresa), tiene su edad, pero “aproximada”, porque no tiene otra edad que la que Oskar necesite. Eli es el lado oscuro, tremendamente poderoso, pero totalmente dependiente; Eli, sola, no es, se consume y muere. Pero es justamente lo que él necesita, el impulso que llega desde lo oscuro, “devuelve el golpe”; lo demás ya son modos de devolverlo y, sobre todo, el descubrimiento de que lo que importa es la decisión, más que los medios (ni el puñal fetiche ni la musculación).
··········La pérdida de la inocencia es dejar de creer en la capacidad de la norma social (que incluye el aguantar, el soportar sin delatar) para dar un entorno seguro a uno mismo; es dejar que sea el mal, la violencia, la rabia, que está siempre ahí, el camino suficiente para emerger. Pero para ello el mal, como los vampiros, debe ser aceptado, hay que dejarle entrar. Un chaval de doce años tiene que abrirle la puerta, dejarle entrar. Nada de Spinoza, escolástica, libre albedrío. A partir de entonces, el mal exige ser alimentado. Y a partir de entonces, no siendo ya inocentes, él nos acompaña, como en la escena del tren, guardado pero presente, y con nuestro propio morse para comunicarnos con él.
··········Pero supongamos que esta peli en realidad es una peli de vampiros, y no de esto que escribo. Me sucedía, conforme la veía, que pensaba en con qué pocos efectos especiales se puede crear el ambiente necesario y los golpes de miedo. En realidad, no hay pocos, en absoluto, pero que me diera esa sensación muestra lo bien dosificados que están, en el tiempo de duración y en los elementos que se ven afectados (por ejemplo, en la tremenda escena de la piscina, con todo lo terrible que es, la acción vampírica -digamos, para no contar nada- es concreta y restringida; en Hollywood todo estaría destrozado y el niño que llora no estaría ya). Además, buena parte de la tensión, la ansiedad, se consigue con efectos sonoros más que visuales, nada apabullantes pero muy efectivos.
··········Bien por los dos chicos, Oskar y Eli. Él con esa especie de contractura continua, la suma del miedo con el desorden del desarrollo; ella, con un muy buen trabajo del maquillaje, tiene a veces mil años en su cara de doce.
··········Me gusta también que ni es una película a base de sustos (aunque los tenga y muy efectivos) ni juega a un desasosiego continuo, pero sí a una frialdad ambiental que solamente rompen la amistad alcohólica de los de la taberna y la peculiar relación de los dos chicos.
··········Hay también una nota sobre el aprendizaje del amor. Oskar obtiene de Eli, y más para sí que para ella, el reconocimiento de que son novios. Conforme vaya sabiendo más, llegará a un momento de poder sobre ella, muy bien gestualizado, que culmina en negarse a invitarla a entrar en su casa. Frente a ese inicio de cambio del basamento de la relación (desde el mutuo afecto al dominio de él), Eli cede, pero ceder es la muerte (o, siendo vampiro, digamos, la destrucción) y eso es lo que pone en manos de Oskar, que se ve obligado a apearse de esa situación de presunto dominio: nada le dejaría más desposeído que el sacrificio de ella.